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Leopoldo Castilla - Bambú (2004)
2009-03-08 | El Descubrimiento
Bambú
Leopoldo Castilla
Buenos Aires, El mono armado, 2004
Poemas de: BAMBU
INVOCACION ENTRE LUCIERNAGAS
Han vuelto el padre y la madre,
y peregrinan entre luciérnagas.
Será siempre así, construir
como ellas, de muerte a luz, de luz a muerte,
la casa vagabunda, mientras nos movemos
como agua instintiva
dentro de las habitaciones;
con el ojo
suspenso
entre el abismo y el cóncavo humano,
perdiendo y salvando todo:
la combustión,
las formas que pierden la memoria,
la carta que falta en los fractales,
el futuro, ese desterrado,
y las breves especies que se esfuman
dentro de un sueño que no ha soñado nadie.
Vengo a pedir la lluvia,
abuela del bambú;
las cuevas donde el dios se guarece
y se desampara la guerra;
la anunciación de la garza;
la piel que deja, porque no hay nadie en la serpiente;
el aroma del sándalo, templo del templo,
y la nieve, pido, sobre las nubes, en esa cordillera,
cadáver del cielo;
y la mariposa,
latido de su semejanza,
y vamos con los elefantes
y su dormida manada de planetas,
con el murciélago y su patíbulo,
con el loto, beso de su sombra,
con un colibrí y un cuervo y un pétalo y una ofrenda,
vamos al mar que no sabe morir,
vamos, padres, a verme, como en la infancia,
persiguiendo instantes,
detrás de las luciérnagas.
SRI LANKA
A Herbert Francis
Ahí, dentro de la iguana,
hechizándose, está el huevo verde
que fecunda Sri Lanka.
La piel le llora
légamo hirviendo,
lechazos que ondulan
de orquídeas,
el aire;
árboles que alzan su hora incontenible
lejos de la noche,
cuando el murciélago preña la selva
de semillas
y geometrías.
De día, la iguana se escama con el brillo
de la resurrección del mar,
entonces, en secreto,
bajo el solazo,
la garza
nieva.
Y es cuando nacen los cingaleses,
gente de marfil y humo,
que se entrega, irguiéndose,
como una cascada,
los hombres
estalactitas donde había dioses,
las mujeres
sombras
que va haciendo el agua.
Así aparece Sri Lanka.
Entre creyentes, colibríes;
y las tres lunas que no ha visto Cristo,
enfermas en el fruto del durián,
el tábano
que corroe al nirvana
y las tormentas que embraman
el gemido de Alá.
Llueve, toda la selva suena,
canta de deseo,
es el combate de la lluvia y de la luz
para que salte
el sol tatuado del leopardo,
para nublar al oso,
lluvia sobre las grandes hojas
cuya lentitud
destila
al gamo;
y en las palmeras que huyen, tan lejos,
y no saben dónde ir a morir.
Arenales de lluvia en las especias
y en los aromas
que son los recuerdos de la tierra.
De pronto, fuera de la atmósfera, decapitadas
por un jardín de té,
las cosechadoras sonríen, miran
como si el tacto se les hubiera ido,
y Ceilán, entonces, tenue, a merced del firmamento,
obedece.
Sólo un instante. Y ya de nuevo la selva dispara monos,
a la mangosta y su rayo indefenso,
y del aullido de los pájaros,
precipicios.
Al fondo, soterrados, los tamiles
miran el esplendor de los antiguos reyes,
como minerales, en lo oscuro.
Grávida, yace Sri Lanka. La ensueñan
los lentos elefantes, esas tormentas
que no se llevó el cielo.
La isla ovula una luna.
Del huevo de la iguana, al último, nace un niño.
Corre con una palma frente al mar
juega
a que el infinito no alcanza nunca
al infinito.
INTRUSO EN UNA ALDEA DE LAOS
Ya te están midiendo.
Te van a apagar el fulgor y la insolencia.
Bebes de su agua y el agua te desconoce.
Se ataranta el humo de sus chozas
y esa mujer desnuda se moja con una luz de guerra.
Qué haces en la aldea
rompiendo la hora del que miraba,
sus lugarcitos temblando,
su viejo nacimiento.
Si no te difuntan es por lástima
a ese pájaro ojoso
que te sostiene, insolado, en un cielo ajeno.
Ni gastan palabras. Así como has entrado,
perderá el oído tu camino.
Que los niños te persigan con piedras,
que las piedras te persigan,
que te expulsen,
que te arranquen la sombra, la tentación y el cuchillo.
Sólo así,
desamparado,
se mira el desamparo.
PLAZA
En la Plaza Yetahha Bajal,
una anciana lava la piedad
de sus pechos desnudos,
mientras un viejo tiende, carda y amansa en la lana
días muertos que clarean
su espuma enferma sobre las lajas.
Cinco hombres, al sol, frente a un tablero,.
abstractos, de espaldas al mundo,
mueven las fichas.
Cada uno es una puerta cerrada.
Hace años que un sastre
late
en su cubil. Para recordarse.
Años que a esas mujeres se les va la vida
en mirar una tarde.
Fuera, en la calle, los dioses
piden en las esquinas.
Y no hay final en el laberinto de las ventanas,
en los ojos de los hombres,
en la sangre que gotea en las carnicerías,
en los martillos de los plateros
que caen y caen y no terminan nunca
de labrar el pasado
que nace sin cesar en Katmandú.
ANGKOR
A José Avello Flores
El séptimo rey Jayavarman
construyó el Bayón
y reprodujo ciento setenta y dos veces
el rostro de Avalokistevara.
Uno y simultáneo,
como el hijo que ve a su padre muerto,
Avalokistevara
mirando a todos los confines
dio en sí mismo.
Esculpido en su propia mente
Avalokistevara
es el tiempo.
A sus pies, intactas, y por todo Angkor,
continúan las viejas batallas.
Incesante, muere, bajo la misma lanza,
el mismo guerrero
y cae, eterno, ese caballo.
En la roca, una luz de estrella difunta,
alumbra. Y perpetúa la guerra.
Todo el porvenir y el pasado en un solo instante:
el combate;
unas mujeres sembrando el campo;
alguien que no estuvo nunca
y decapita un buey
que cae, abstracto, sobre el mundo,
y el que no sabe que esa piedra que carga será un dios
y que los dos ya han muerto
porque Avalokistevara
no recuerda el presente.
En vano la selva polinizó estos muros
con monos, mariposas, águilas, abejas,
y el templo se amamantó del árbol,
lo sagrado se ensimismó de viento,
la jungla desterró las escaleras, desorientó las galerías,
enfrentó a los laberintos
y el mineral engendró elefantes
que beben de las raíces
todos los sonidos con que la tierra llama a Angkor.
En vano las apsaras danzan, destejen el aire,
para que la forma vuelva.
Ya se coaguló la luz de estas puertas vacías.
Angkor alza su arrecife fuera del planeta.
Lejos, inmóviles, huyen para siempre
los hombres que robaron la serpiente gigante
y el alarido del futuro
de sus siete cabezas.
UN VIEJO BARCO
A Marcos Silber
En otro presente,
-como la sombra de la tierra en la luna-
el barco de los traficantes
alumbra su cadáver en la noche de Hoi An.
Contrabandeaba marfil, coral, esclavos,
telas de oriente, especias.
Viva, en el farol rojo de la proa,
hambrea
la granada abierta
de la piratería.
Va a zarpar, muerto y sin bandera.
La quilla
se encabrita. Mareas tiene el tiempo
y el perfume que guarda la madera.
No termina el saqueo.
Es de seda todo el Mar de la China.
TITERES DE AGUA
A Eduardo y Héctor Di Mauro
El títere en el agua juega con un búfalo
que se hunde
por el peso del alma del búfalo.
Un cocodrilo avanza
el búfalo, que no sabe que es un animal,
sigue empantanando
la inocencia del agua.
El títere, con instinto de títere,
se alarma
sabe que el cocodrilo
tiene un ojo verdadero de madera pintada,
que la forma es hambre de otras formas
y hay dramas donde no pasa nada.
El cocodrilo salta y devora
y se sumerge
como un barco en pena
en el cerebro de un espectador.
El títere, a salvo entre las bambalinas,
no puede pronunciar palabra.
El día es falso y la muerte real.
Y mientras, la música, como un viento,
mueve el arrozal de utilería
el agua juega a que es el agua.
HA LONG
A Vicente Muleiro
La tierra va a brotar de sus harapos,
desde el fondo del mar, en la caverna,
la forma, pálpito y zozobra, yendo a ser la forma,
allí, en borbotones,
el vacío en guerra de las bestias inconclusas,
ingrávidos, todavía, y tenaces
los dientes del dragón,
el derrumbe en la progresión del toro,
la mínima lluvia que va a ser anémona,
ascendiendo hacia la luz,
bajo el sollozo de las estalactitas
que caen al único centro
que perdió el infinito.
En el fondo, el agua secreta, oyendo,
el agua que aún no sabe aparecer
y todo lo monstruoso que nunca verá el día:
el hueco devorado por su propio deseo
y lo que iba a mutar y se arruina
al borde; lo que ya casi era
hueso o raíz
y a último momento perdió su nombre,
creciendo como las uñas de los muertos,
sin llegar, adherido al atolón de la vida.
Hasta que, fuera de sí, la tierra rompe el mar
y aparece, asustada y sola, en la Bahía de Ha Long.
Y es la luz y es el océano y es la vida
y es el espacio que la desconoce
y las intocadas latitudes y su espejo vacío,
donde fija su ojo
para que vuelva el futuro;
y es el sol, cautivo,
devorando su propio nacimiento;,
la luna que vive en el olvido;
los vientos bandoleros;
el rayo,
libélula del vértigo,
y la furia anciana del relámpago,
para que el planeta, sólo por verse,
esté naciendo ahora mismo
en la Bahía de Ha Long.
Hasta el silencio. La gravedad lo ha abandonado
y una sola orilla retiene, apenas,
la insurrección de las islas.
El mundo, a solas, con su imagen.
Eso es todo. La belleza entristece.
Así es el infinito, como el reverbero
del mar entre estos picos,
cenizas de luz
entre apariciones.
No hay lugar para la muerte. Estas rocas
vienen del confín:
ya han resucitado.
Como almas vienen.
Como tú y yo, a reconocernos
antes que pierda el conocimiento
el espejismo.
Y somos –ahora sabes- pura visión
entre visiones
y lo único vivo,
esa dádiva de la combustión:
tu ojo creyente.
También el planeta, al soñar su niñez
hace la atmósfera,
al hacer un pájaro
desea una leyenda.
Va a caer la noche.
Desde una barca una niña grita,
busca el eco,
para saber si está.
DATOS DE LEOPOLDO CASTILLA
Leopoldo Castilla nació en Salta, Argentina en 1947. En el año 1976 fue perseguido por la Dictadura Militar, y debió exiliarse en España.
Ha publicado los siguientes libros de poemas: El espejo de fuego (Salta, edición del autor, 1968); La lámpara en la lluvia (Salta, edición del autor, 1971); Generación terrestre (Salta, edición de la Dirección de Cultura, 1974); Versión de la materia (Madrid, Editorial Estaciones, 1982); Campo de prueba (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1985); Teorema Natural (Madrid, Editorial Hiperión, 1991); Baniano (Madrid, Editorial Verbum, 1995), Nunca (Buenos Aires, Ultimo Reino, 2001), Libro de Egipto (Buenos Aires, Ultimo Reino, 2002).Línea de Fuga (Buenos Aires, Ediciones del Mono Armado, 2004), Bambú (Buenos Aires, Ediciones del Mono Armado, 2004) y El Amanecido (Buenos Aires, Ediciones del Mono Armado, 2005). Reediciones: El Amanecido ( Caracas, Venezuela, El Perro y la Rana, 2007) y Teorema Natural (Colección poesía, Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela, 2008)
En el año 2001 fue publicada una Antología del autor por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina y en el año 2008 fue publicada una Antología Poética en Caracas, Venezuela, Monte Avila Ediciones.
En 1999 publicó El árbol de la copla (Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos).
Como narrador ha publicado: Odilón (Salta, edición de la Dirección de Cultura, 1975), La luz naranja (Soria, edición de la Diputación de Soria, 1984), La canción del Ausente (cuentos, Rosario, editorial Ciudad Gótica 2006), El Arcángel (novela, Buenos Aires, Cátalogos, 2007).
Fue invitado por la Unión Soviética para escribir un libro que la Editorial Progreso de Moscú publicó en 1990 con el título Diario en la Perestroika. También es autor de Nueva poesía argentina (Madrid, Editorial Hiperión, 1987); Poesía argentina actual (Estocolmo, Editorial Siesta, 1988). La Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha editó en 1995 una antología de cuentos y pinturas de los niños de esa región española, realizada junto a Gabriel Castilla.
Recibió premios nacionales e internacionales. Poesía suya fue traducida al inglés, francés, italiano, sueco, portugués y ruso. Sobre su cuento La redada se filmó el largometraje homónimo dirigido por Rolando Pardo.
Por su libro Nunca recibió el Primer Premio de Poesía Año 2000 del Fondo Nacional de las Artes.
Recibió el Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires 1998-1999.
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