Notas > Entrevistas
Adolfo Bioy Casares íntimo, por Pepe Quintana
"Había en mí un cierto talento de soñador". Reportaje inédito al escritor Adolfo Bioy Casares.
2009-04-05 | Pepe Quintana
Pepe Quintana: En su larga trayectoria en la literatura Adolfo Bioy Casares se ha ganado –aparte, por supuesto, de su bien cimentada fama de ser uno de los más grandes escritores argentinos- fama de solitario: de vivir y trabajar al margen de encuentros, conferencias, etcétera, en fin, de toda esa actividad social que la mayoría de los escritores practica más o menos intensamente. ¿Cómo es esto?
Adolfo Bioy Casares.: Para mí, en parte, es la timidez. Mi padre me dijo una vez que no fuera tímido, que él había perdido la mitad de su vida por ser tímido. Yo comprendí que me decía la verdad y traté de salir de la timidez, pero es realmente una especie de prisión que está alejada de la libertad por una especie de laberinto y ese laberinto me ha llevado muchos años. Ahora soy menos tímido, aunque recaigo como usted ve en este momento. Ya estoy intimidado, pero voy a tratar de salir de esto. Aparte de eso, la otra gente tendrá una energía que yo no tengo. Para escribir, yo necesito mucho tiempo. Mucho tiempo para pensar y muchísimo más tiempo para escribir. Si yo me dedicara a la vida social, que me es tan agradable como a cualquiera, porque a mí me encantan las personas, yo me hago amigo fácilmente de gente muy diversa, me encantan las mujeres, me encantan los deportes, fácilmente podrían corromperme, podrían hacerme o convertirme en un ocioso en cualquier momento porque, aún sin hacer nada, encuentro encanto en la vida. Pero me gusta escribir, me gusta inventar y si no le doy tiempo a eso no lo puedo hacer. Me gusta leer también. Yo creo que el secreto es ese: leo mucho, escribo bastante. Antes también tenía amigas que ocupaban parte de mi tiempo. Los días son, como yo digo, días de juguetes. Son días chiquísimos. No me acuerdo qué escritor dijo que los escritores debíamos tener días de 48 horas para poder trabajar un poco más y poder también gozar de la vida. Como hay que conformarse con estos días breves ¿qué vamos a hacer? Yo he elegido eso. Prefiero un poco de soledad y hacer más mi vida personal. No sé si he sido convincente, pero he sido sincero.
P.Q.: Le había prometido, cuando comenzamos la entrevista, no hablar de Jorge Luis Borges, pero usted ha sacado el tema, así que el compromiso mío se ha roto.
A.B.C.: Bueno...
P.Q:. Y me veo obligado, porque es insoslayable, preguntarle acerca de esa larga relación con Borges, esa larga y divertidísima relación con Borges, del humor que campea en las historias de Bustos Domec, que son extraordinarias. Me imagino, con envidia, (siempre me he imaginado con una profunda envidia, se lo confieso) la forma en que se divirtieron ustedes cuando escribían esas historias.
A.B.C.: No hay duda. Esas historias las escribimos riéndonos a carcajadas y, en cierto modo, puedo decir que fueron como una lección, que debimos tomarlas como una lección de humildad. Porque nos pusimos a escribir con la convicción de que íbamos a contar historias muy clásicas, de un enigma con una solución clara, como a la manera de los cuentos policiales ingleses. Nos convertimos en autores románticos, en autores que no escribían deliradamente sino como les salía en el momento e hicimos cuentos barrocos en los que nos perdíamos. De pronto Borges me preguntaba: ¿Y adónde queríamos ir? ¿Qué le iba a pasar a este personaje? Porque ya nos habíamos perdido entre las bromas que hacíamos. Después quisimos escribir en serio y nos costó mucho. Uno de los últimos trabajos literarios que hicimos fue un intento de traducir Macbeth. Llegamos a traducir unas 15 o 20 páginas del primer acto. Más o menos casi el primer acto entero. Borges de pronto decía: “Este gallego de mierda no sabe nada de teatro”, Ése era Shakespeare (risas). Bueno, y después lo dejamos. (Más risas)
P.Q.: Ése es el mundo Bioy, ése es el mundo Borges. Ese mundo divertido, lleno de calor...
A.B.C.: A veces Silvina, cuando estábamos trabajando, venía a ver qué nos pasaba porque creía que estábamos gritando y eran las risas de Borges...
P.Q.: La lectura de casi toda su obra nos revela cómo usted mezcla circunstancias cómicas y trágicas en dosis parejas, como si el humor y lo trágico estuvieran siempre juntos. Los estudiosos de su obra caracterizan esa singularidad como inseparable del mundo según Bioy. ¿Por qué no nos relata cómo es ese mundo, ese intenso mundo de Bioy?
A.B.C.: Ahí sí que me hace un desafío, como dice hoy en día la gente, que excede mis posibilidades. ¡Qué se yo cómo es el mundo mío! Yo puedo decir que... no sé... que vivo la vida como fascinado, porque me encanta la vida a pesar de que tiene todo un lado que me horripila ¿no? el lado de la muerte y del dolor, pero en fin... la acepto entera. Y la fascinación de la literatura ha sido siempre muy grande en mí. Tal vez, cuando era joven y leí de Eça de Queiroz, “La ilustre casa de Ramirez” o “El primo Basilio” sentí un deseo de crear una fascinación parecida para otros lectores y así me puse a escribir. Pero ¿qué mas le puedo decir del mundo de Bioy? El mundo de Bioy lo dejo para que lo juzguen los demás. Yo sé que me gusta leer, que me gusta escribir, que me gustan las mujeres y que nunca sé bien lo que soy ni lo que... Cuándo era chico creía que iba a ser un campeón de tenis o un campeón de box... y tuve amores poco afortunados y entonces enseguida pensé escribir un libro que no escribí, pero ante cada situación que me llegaba profundamente pensaba escribirla. Bueno, un día empecé a escribirla. Escribí durante años muy mal para disgusto de todos mis amigos, que me consideraban un individuo mejor que esos libros horribles que yo producía, hasta que un día se me ocurrió “La Invención de Morel”, que ahora va a salir en Suecia, y comprendí que iba por mal camino, que no tenía que seguir escribiendo como estaba escribiendo hasta entonces y conseguí convertirme en otro autor que fue el autor de “La Invención de Morel”. Desde ahí, más o menos en adelante, me mantengo o caigo por mis libros. Quiero decir que los hago del mejor modo que puedo y que pueden juzgarme por ello. Antes Borges creía que los libros anteriores yo los había escrito muy rápidamente y que por eso los escribía mal. No, los escribía mal porque mi poética era mala, porque yo no sabía lo que había que escribir, porque todos los jóvenes venimos del país de la ignorancia y vamos hacia los lugares del conocimiento, hacia el mundo del conocimiento. Es tanto más lo que nos falta por conocer que lo que conocemos. ¿Qué sabía yo de cómo había que escribir? Además quería lucirme, quería mostrar mi riqueza de vocabulario, quería mostrar mi cultura, la profundidad de mi pensamiento, quería meter todo eso en una novela que no tenía lugar para la riqueza de vocabulario y lucimientos personales míos. Bueno, así fui, a los golpes, aprendiendo a escribir.
P.Q.: Son diecisiete los títulos publicados por usted aparte de cinco antologías.
A.B.C.: Puede ser... no tengo idea.
P.Q: ¿No tiene idea? (Risas) Que se arreglen ellos...
A.B.C.: Sí. Que se arreglen ellos. (Risas) Sí, que se embromen los historiadores de la literatura, que creo que son una catástrofe. Yo creo que entre la crítica, los profesores y la historia de la literatura hacen un terrible mal a las letras ¿no? Porque se interponen entre los pobres lectores y las letras y les hacen creer que es una ciencia aparte, que es una cosa para ciertas personas y no para todo el mundo como deben ser los libros, para todos, para que todos encuentren placer en ellos o la verdad, o la enseñanza, lo que sea ¿no?
P.Q.: Qué maravilla...
A.B.C.: ¡No, no¡ ¡Qué maravilla! Es evidente. Vienen unas pobres chicas de Norteamérica que están haciendo tesis y no les interesa nada de lo que uno piensa sino cuáles son las influencias, qué autores dijeron estas cosas antes, quiénes las van a decir después. Además, creen que la literatura es una ciencia y que tienen que tratarla científicamente (Risas). Bueno, disparates así. ¿Qué vamos a hacer con todo ese mundo?
P.Q.: Les interesa más la estadística.
A.B.C.: Sí, y han convencido a muchos escritores del mundo que todo está dicho y que entonces lo único que puede hacerse ahora es buscar la originalidad por variantes. Bueno, yo creo que es un modo de quitar la vida a la literatura. Yo creo que no hay otra manera de escribir que el ingenuo de descubrir una idea en uno, creer que esa idea vale la pena y escribirla del mejor modo, un poco deslumbrado porque uno cree que está contando algo nuevo. Si es una estupidez, si lo han dicho miles de personas antes, bueno, ¡qué se embromen, entonces, los otros! pero uno así procede. A mí con Cortázar me pasó una historia que creo que es significativa. Él y yo escribimos el mismo cuento, más o menos en el mismo tiempo, que ocurría en el mismo hotel de Montevideo. El personaje que estaba en ese hotel oía hacer el amor a una pareja en el cuarto de al lado. No es un cuento sumamente interesante. Lo que digo es que no es una trama extraordinaria, pero los dos tuvimos seguramente las mismas ganas de escribirla en el mismo momento y ni él ni yo creímos que uno había copiado al otro, no. Nos pareció una prueba de afinidad y nos sentimos contentísimos los dos de haber escrito el mismo cuento en la misma época. Creo que eso sí puede decirse, pero no buscar por qué lo hicimos ni nada, sino porque, seguramente, había afinidad entre Cortázar y yo y se acabó. (Risas) Han venido profesores a preguntarme cómo lo habíamos tomado o si habíamos sentido que nuestro amor propio sufría una pérdida de la originalidad. ¡Pero, que estupidez, Dios mío! Nunca me he propuesto ser original. He creído que lo que estaba escribiendo tenía interés y lo he escrito. Pero creo que si uno se va a poner a buscar la originalidad como algo deliberado, puede estar seguro que no la va a encontrar. Va a encontrar originalidades estúpidas pero que no valen la pena. Es otra cosa lo que uno debe proponerse. Uno debe proponerse contar cosas que de algún modo provoquen esa fascinación que me provocó la literatura a mí cuando yo empecé a escribir ¿no?
P.Q.: Ocurrió un hecho muy, muy curioso y muy notable cuando la muerte de Jorge Luís Borges. Todo el mundo hizo declaraciones, todo el mundo apareció en primera plana y lo más notable de todo fue su discreción con respecto a eso. Una discreción que el mundo inteligente ha valorado muchísimo, sabiendo la estrechísima amistad que hubo entre Borges y usted durante toda la vida. Una amistad que incluso hasta en algunos casos no necesitaba ni siquiera la frecuentación, pero sabían los dos qué clase de amigos eran uno para el otro.
A.B.C.: Claro...
P.Q.: Háblenos un poco de eso.
A.B.C.: Yo realmente casi no podía hablar de este asunto porque me parecía que hubiera sido “traficar” con Borges. En toda publicación, por más que yo siempre trato de volcarme en el tema y no tomarme en cuenta, hay algo de vanidad y de lucimiento personal. Yo no podía lucirme con la muerte de Borges, que ha sido para mí un hermano. Porque uso esa palabra con la ilusión que tiene alguien que no ha tenido hermanos. Yo siempre deseaba tener hermanos -sobre todo una hermana deseaba tener- pero fui hijo único y a mí me hubiera encantado tener un hermano. Bueno, lo encontré en Borges. Borges fue un hermano mío, nunca me hizo sentir que era mayor que yo. Cuando empezamos a escribir juntos escribimos ese famoso folleto sobre el yogurt. Yo era un pésimo escritor, Borges era un escritor conocido. Y nunca me hizo sentir que yo escribía con mi maestro. Éramos dos colaboradores que escribíamos de igual de igual gracias a la generosidad de Borges. No me decía “estás diciendo un disparate” o, si me lo decía, me lo decía con esa manera risueña y cordial que pueden tener los amigos unos con otros. Y así escribimos juntos sin nunca herir nuestras vanidades, porque no poníamos la vanidad cuando estábamos escribiendo en colaboración sino que era el placer de escribir realmente ¿no? La gente dice: “¡Qué raro! ¡Qué difícil escribir en colaboración!” Realmente, ¡qué fácil escribir en colaboración! Cuando uno de los dos está inhibido porque no encuentra la palabra o la manera de salir de una situación, el otro la encuentra. Así que nos sentíamos reforzados uno por el otro cuando escribíamos juntos. ¿Y qué más le puedo decir? Bueno, teníamos las mismas aficiones, los dos habíamos leído muchísimo, nos consultábamos a lo largo de la vida. A mí me pareció que cuando yo encontré a Borges, en aquel primer momento cuando todavía no lo conocía, fue como encontrar la literatura viviente. Y yo sentía realmente un gran fervor por la literatura. Claro, después hubo una infinidad de hechos comunes de la vida diaria que nos unió muchísimo. Hemos pasado toda la historia argentina y la historia familiar y todo juntos así que... fuimos muy, muy amigos. También la quería mucho a la madre. La madre me pidió que me ocupara de él cuando ella iba a faltar. Y yo pensaba también que si yo me ponía a escribir sobre Borges, o a hacer declaraciones aparte de otras, Borges iba a venir y me iba a decir: “Tu quoque. Tú también” Ya estaban todos los demás haciendo eso. Sin embargo, alguna vez he tenido que hablar. Vino una chica de Clarín a preguntarme cosas sobre Borges poco tiempo después de la muerte de Borges y pude hablarle de Borges ¿Por qué? Porque, bueno, yo la había postergado a esta pobre chica durante ocho meses, prometiéndole siempre una entrevista que no le daba porque quería escribir, porque estaba trabajando (escribí muchísimo en estos últimos dos años) y me sentía en deuda con ella. En esos días murió Borges, comprendí que ella quería que le hablara de Borges, le hablé de Borges y me conmoví muchísimo y salió bastante bien el reportaje ¿no? Quiero decir, un peligro cuando uno está hablando de alguien que quiere tanto es no estar a la altura de ese cariño y de esa admiración. Bueno, creo que me salió bien, que el dolor no perturbó mi inteligencia sino al contrario, le dio cierta elocuencia y pude decir esas cosas, lo que dije entonces. Pero cuando me vuelven a preguntar y me vuelven a preguntar me doy cuenta que estoy un poco paralizado con el tema de Borges y seguramente porque no me acostumbro a un mundo sin Borges ¿no? Teníamos muchos proyectos que quedaron sin cumplir porque perdimos un poco la posibilidad de escribir en serio juntos. Nos aburríamos cuando escribíamos en serio. Bueno, no sé...
P.Q.: Yo le prometo nunca más preguntarle sobre esto pero le agradezco muchísimo esto por que sé lo que le cuesta a usted ¿verdad?
A.B.C.: Sí.
P.Q.: Incluso en un diario español leí que el corresponsal de ese diario acá en Buenos Aires se estrelló contra su mutismo con respecto a hacer declaraciones sobre la muerte de Borges en su momento. Le agradezco. Yo sé lo que le cuesta a usted hablar de Borges todavía..
A.B.C.: Sí, sí..
P.Q. Y le va a seguir costando siempre porque es una presencia que no se puede soslayar ¿verdad?
A.B.C.: La presencia de Borges, parece absurdo decirlo ahora porque todo el mundo lo sabe, pero no lo sabía todo el mundo antes, tenía una gran amplitud. Borges estaba en todo. Lo animado que era. Cuando escribíamos juntos, venía, llegaba a casa... Porque la costumbre nuestra era comer juntos, hablar durante la comida de lo que íbamos a escribir o de cualquier cosa. Pero si estábamos escribiendo una historia venía Borges y me traía noticias de los personajes. Siempre tenía alguna noticia, les había pasado algo a los personajes... (Risas). Creaba la ilusión de que esos personajes eran reales pero de tal forma que, aunque yo hubiera sido una persona totalmente insensible, habría finalmente vivido ese sueño con él. Eran sueños que vivíamos entre los dos.
Y muchos de mis primeros cuentos, de aquellos libros malos míos, anteriores a “La Invención de Morel” -no digo que los de ahora sean buenos pero aquellos eran pésimos- eran simplemente sueños. Porque siempre he soñado historias. Siempre los sueños míos tienen principio, medio, fin, más o menos así son y hasta me dan la ilusión de que vivo una doble vida: la vida del día, de la vigilia, despierto y la vida de la noche, con los sueños. Cuando era chico solía tener pesadillas. Ahora no tengo casi nunca pesadillas. Si hacia un lado hay una puerta como esas puertas que dan miedo en los sueños y que uno piensa que ahí puede pasar cualquier cosa, tomo hacia otra dirección y no voy para ese lado en el sueño. Es como si tuviera una cierta conciencia que me protege. Puedo manejar los sueños, no son fatales para mí, puedo manejarlos. Y también sueño en tercera persona. A veces sueño que está pasando algo y que yo, simplemente lo veo para contarlo probablemente. Quiero decir que todo se aprende en la vida y que yo he aprendido a soñar. Indudablemente había en mí un cierto talento de soñador (risas), bueno, y lo he desarrollado favorablemente. Lo digo como una esperanza para otros, para que hagan la misma práctica y para que no desdeñen ese mundo de la noche que es simpático y además es muy íntimo. Uno es los otros.
P.Q.: ¿Quiere decir que gran parte de su literatura funciona primero en el sueño?
A.B.C.: Desde luego, desde luego. Los sueños me acompañan y contribuyen, como la vigilia, a las historias. No más que la vigilia, pero siempre han contribuido y además me han enseñado que ese ambiente de los sueños es muy eficaz, por lo menos para el soñador y yo pienso que el lector es un soñador. Digo, que si consigo que el lector siga con mis libros de algún modo soñará mis libros.
P.Q.: Muchísimas gracias. Adolfo Bioy Casares. Esto ha sido todo. Es demasiado, he abusado de su paciencia, he abusado también de su tiempo y me voy muy feliz por todo lo que le hemos conversado.
A.B.C.: Créame que su visita me ha enriquecido, ha enriquecido mi conciencia y además me ha traído algo que para mí es importantísimo y que, volviendo a caer en otro nacionalismo muy breve, es el culto de la amistad. Creo que nosotros los argentinos decimos que es un culto nuestro. Bueno, volviendo después de toda esta larga regresión, usted me ha traído ese calor y ese bienestar que se siente cuando uno encuentra un nuevo amigo.
Descargar Archivo
|