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Prólogo al libro Si ves un monte de espumas... Versos y cuentos cubanos para chicos, por Ana María Ramb
Prólogo del libro SI VES UN MONTE DE ESPUMAS... VERSOS Y CUENTOS CUBANOS PARA NIÑOS, por Ana María Ramb
2009-11-11 | El Descubrimiento
Ana María Ramb
RAMB, Ana María (Comp.)
Si ves un monte de espumas... Versos y cuentos cubanos para niños,
Buenos Aires, Desde la Gente, 2009.
PRÓLOGO
En julio como en enero.
La literatura para niños en Cuba
La Revolución nació en Cuba a caballo, montada en relámpagos, con alas. Un estallido vital atravesaba de Sur a Norte, de Oriente a Occidente, la gran isla que navega en el mapa del Mar de las Antillas. Puede decirse que antes del triunfo de la Revolución, el 1º de enero de 1959, y más allá de la obra pionera, espléndida y decisiva de José Martí en el siglo XIX, la literatura infantil no había alcanzado en el país mayor relevancia, y yacía inerme bajo una parva de hojas color sepia, donde dormían historias moralizantes o insulsas pedagogías, cuando no algún detestable ejemplar preñado de prejuicios. En medio de la hojarasca, floreció El romancero de la maestrilla de René Potts, premiado por la Sociedad Lyceum de La Habana en 1936, con un jurado donde se registran, entre varios nombres, los de Juan Marinello y Camila Henríquez Ureña. Otra excepción fue la revista Ronda, editada en 1941con gran sacrificio y dignidad por el reconocido escritor y pedagogo hispano–cubano Herminio Almendros. Al año, Ronda había dejado de salir. Decía sobre el tema el poeta y ensayista Eliseo Diego:
Durante los cincuenta y tantos años de república a medias, escribir para los niños fue un acto heroico que muy pocos intentaron.
De modo que la literatura cubana para niños bostezaba el sueño de una Durmiente que no se sabía Bella. Porque no lo era todavía. Según el escritor y especialista Waldo González López (1983), sólo gracias a…
…los inmensos cambios políticos, sociales, económicos y culturales que ésta (la Revolución) generó fue posible para los escritores asumir la creación literaria dirigida a la infancia y la juventud. Jamás en el país se había dedicado tanta importancia a los niños y jóvenes. Muchas organizaciones, instituciones y órganos culturales, encaminados a este objetivo, irían surgiendo al calor del proceso liberador.
La investigadora y crítica Alga Marina Elizagaray (1985) lo confirma: la literatura para niños y jóvenes nace en Cuba con la Revolución, cuando La Edad de Oro de José Martí se reinstala como hito fundacional de ese campo, sobre una infraestructura que tuvo que armarse en forma urgente, con el optimismo de la voluntad como caballo de fuerza.
Fue un estallido primaveral. Se multiplicaron las bibliotecas infantiles. Se creó dentro de la Biblioteca Nacional José Martí, y bajo la dirección de Eliseo Diego, el Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles. Y dentro de la Editorial Nacional de Cuba, la Editora Juvenil que, dirigida por Herminio Almendros, publicó La Edad de Oro y otros cásicos. Resultó fundamental que se crearan éstas y otras editoriales dedicadas a ese campo de la literatura.
Se inauguraron concursos nacionales. Revistas infantiles y juveniles, publicaciones periódicas especializadas, como En julio como en enero. Sobre la base de la Imprenta Nacional, se creó el Instituto Cubano del Libro. Escritores y artistas se sindicalizaron en la UNEAC. Para gestionar derechos de autor, se funda la Agencia Literaria Latinoamericana. Ambas entidades dan cabal muestra de que en Cuba existe para los escritores la posibilidad de dedicarse plenamente a la creación artística.
En abril de 1959 Haydée Santamaría, a pocos meses de haber entrado triunfante con sus compañeros revolucionarios en La Habana, fundaba la Casa de las Américas, centro de estímulo de las letras. Cabal confirmación del ideal martiano que guió a los jóvenes gobernantes: Ser cultos para ser libres, la Casa de las Américas tendió puentes con la intelectualidad de la región, ayudó a superar la insularidad en la que se encontraban nuestros creadores, fomentó la edición y el intercambio de obras que hubieran permanecido desconocidas. La institución ha cumplido ya 50 lozanos años de vida. En 1975, se incluye en su prestigioso concurso, que es de orden internacional, una instancia para la literatura infantil y juvenil. Instancia que, luego de un paréntesis de algunos años, fue repuesta en el 2004. Los escritores argentinos mucho le debemos a este concurso, y a sus convocatorias para actuar como jurados.
En forma paralela a la creación de cátedras específicas, en la UNEAC se instaló en 1972 el Fórum Nacional de Literatura para Niños y Jóvenes, ámbito de estudio y debate que jerarquiza ese campo. Año tras año, los Encuentros en la ciudad de Sancti Spíritus reúnen a creadores de las más distintas manifestaciones relaciones con la literatura y el arte dedicados a niños y jóvenes. Julio M. Llanes los impulsa y organiza.
Se constituye en 1984 el Comité Cubano del IBBY (International Board on Books for Young People) que, gracias a la labor consecuente de Emilia Gallego, a quien se sumó Enrique Pérez Díaz, mantiene la literatura infantil y juvenil cubana en línea con la que se produce en el mundo, y da a conocer las más altas expresiones de la producción local.
Son éstos algunos de los pilares donde se sustenta una muy bella, fecunda y diversa literatura para niños y jóvenes, en una sociedad donde los niños tienen más temprano y democrático acceso al libro y al arte.
No podemos olvidar un hecho primordial: la Campaña Nacional de Alfabetización, primer enclave de una intensa revolución educacional. Era imprescindible enseñar a leer y escribir a un millón de personas, dentro de un país con seis millones de habitantes. En la campaña participaron como voluntarios los maestros argentinos José Murillo, Berta Rosenvorgel, Tatiana Viola, Ángela Iglesias y Elisa Vigo. Corría el año 1961, la Revolución se afianzaba en el poder, pero aun quedaban, agazapados, algunos focos de resistencia afines a la dictadura batistiana; un joven alfabetizador cubano murió en una emboscada; se lo recuerda en el filme de Luis Rogelio Nogueras El Brigadista.
La urgente y eficaz tarea de alfabetización permitió que la Imprenta Nacional, utilizando rotativas de periódicos, editara cien mil copias de El Quijote. Los canillitas cubanos lo anunciaban de viva voz en las esquinas, y pronto se quedaban sin ejemplares, ante la perplejidad de los libreros. Fue entonces posible resolver la aparente contradicción: para que los bienes culturales llegasen al pueblo, ¿debe el creador sacrificar la calidad de su obra, y poner límites a su creatividad? ¿O tendrá el pueblo que resignarse a no acceder a algunas de las grandes obras de la literatura? La respuesta fue ésta: el pueblo, elevado su nivel cultural, profesaba un amor sin barreras por la mejor literatura. En muchos barrios habaneros y otras regiones del país, los niños tocaron y conocieron por primera vez un libro de verdad, olfatearon la tinta impresa y abrieron la puerta a la gestión liberadora de la palabra.
La población creció numérica y culturalmente. Llegaron las Ferias. Primero, la Feria del Libro de La Habana. Instalada en el Castillo del Morro, donde Ernesto Guevara tuvo su cuartel general, pronto hubo de habilitar subsedes en los barrios, para multiplicarse luego en otras ciudades de la isla. Emociona ver en los pabellones infantiles las filas de niños en espera. Los paquetes de libros llegan con prisa, recién salidos de las imprentas en nuevas tiradas, porque la primera se agota en horas. Los precios están a la breve altura de los lectores, que no son meros clientes, y ellos salen de la Feria felices, con bolsas cargadas de varios títulos. En estas Ferias –como en otras en Cuba – hay encuentros de lectores con escritores, una constante a lo largo del año en escuelas y bibliotecas. La entrada es libre y gratuita. Puede decirse que cada Feria del Libro es una fiesta. Una fiesta popular, sin exclusiones.
Como señalan destacados especialistas, con la fundación en 1967 de la Editorial Gente Nueva –una de las más reconocidas en América Latina –, y puesto en marcha el concurso La Edad de Oro, la década del 70 fue particularmente pródiga; ya no podría hablarse en la literatura infantil cubana de autores aislados, sino “de todo un movimiento sin precedentes en el país” (Pérez Díaz, 1998). El auge de publicar literatura para niños promovió también el auge de la ilustración, un arte joven y en pleno desarrollo que, desprendido de la influencia del estilo Disney y su humanización edulcorada de animales y cosas (“innovadora en sus inicios, de indiscutible y refinada calidad siempre, pero que devino esquema de uso y abuso de sus eficaces soluciones”, en opinión de la crítica Miriam González Giménez, 1998), encuentra sus propios cauces merced a la participación de artistas consagrados en el mundo de la pintura, el grabado y el dibujo, y de noveles que asumen la ilustración gráfica como profesión fundamental. Dijo el ya nombrado escritor, crítico e investigador Enrique Pérez Díaz (1998) que, en cuanto a literatura infantil, los años 80 en Cuba…
… marcaron un remanso, un remanso necesario y esperado donde aquel aluvión de textos se fue sedimentando para bien de los autores y, sobre todo, de su literatura.
Cuando sobrevino el período especial, con máximas restricciones debido al bloqueo yanqui contra Cuba, en el país no se detuvieron las ediciones. Fueron más modestas, incluso artesanales, o adoptaron el formato de plaquetas. Conservo en mi biblioteca algunos de estos nobles ejemplares de resistencia.
Vamos ahora a hablar de esta antología. El título elegido: Si ves un monte de espumas… implica un respetuoso homenaje a José Martí, quien, en el transcurso del libro, será una presencia recurrente. Será fácil entender por qué, cuando se lean los Versos sencillos elegidos aquí, y la prosa de Tres Héroes, publicada en La Edad de Oro. Es con esta revista que José Martí da un giro copernicano en la literatura para niños. El autor –editor echa allí por tierra los relamidos estereotipos y la socorrida moralina que imperaba en los textos al uso hasta entonces. Temas hasta entonces escamoteados a los pequeños y jóvenes lectores, cuentos y poemas originales, adaptaciones de textos de Hans Christian Andersen y Laboulaye, poemas y piezas del mejor periodismo literario, llevan la literatura infantil al nivel de la gran literatura de su tiempo. En José Martí, el cuarto héroe, encontrarán los lectores algo más sobre la Edad de Oro. Esta semblanza, que sigue al Prólogo, deja ineludibles espacios en blanco en una existencia increíblemente generosa y fecunda, pero intenta dar algo más que una nota al pie, porque la vida de José Martí, en medio de dramáticos avatares, es en sí misma una construcción poética.
Me extendí más de lo usual en los datos sobre otros autores, porque al recorrer sus itinerarios experimenté un deslumbramiento múltiple. Los escritores convocados para Si ves un monte de espumas… asumieron, a la par que una alianza con el mundo de la literatura, un compromiso con la Revolución, contribuyendo en forma muy significativa a la enorme tarea de transformación social.
Mantenerse fiel a los ideales revolucionarios exige del pueblo cubano y sus dirigentes muchos sacrificios, capacidades éticas y gran creatividad. Desde 1959, Cuba ha sido la conciencia moral de nuestro tiempo, erguida sobre su dignidad como la palma real. Su lucha por construir una sociedad más justa, armónica, igualitaria y amable permanece viva, a pesar del bloqueo implementado por los EEUU, el más largo y cruel de que se tenga memoria. Con firmeza y autodeterminación, el pueblo cubano defiende el derecho a educar a sus hijos en el decoro y la libertad, sin condicionamientos ni amos.
Por el Mar de las Antillas (que también Caribe llaman)/ herida por olas duras / y ornada de espumas blandas, / bajo el sol que la persigue / y el viento que la rechaza (…) / navega Cuba en su mapa.
Así describe Nicolás Guillén el furor de los vientos y los dramas ciclónicos que cada año azotan la isla, con su secuela de destrucción. En 2008 Cuba padeció tres, los peores de los últimos 48 años, porque redoblaron su furia. Y, como todos los años, el pueblo vuelve a reconstruir el país, ladrillo sobre ladrillo, escuela a escuela, hospital a hospital, esperanza sobre esperanza. De ello dan cuenta, sin quejas ni falsos didactismos, las páginas de Omar Felipe Mauri y Víctor Casaus. Y de la entereza con la que se afrontan huracanes y bloqueo habla el poema de Cintio Vitier “Estamos”, del que los jóvenes podrán apropiarse con placer.
Y aun Cuba tiende la mano franca para compartir con otros pueblos algunos de sus logros mejores: la Campaña Yo sí puedo alfabetiza en Latinoamérica a cientos de miles de personas que, gracias al método, pueden en pocas semanas leer y reflexionar sobre un texto, y escribir otros. Operación Milagro ha devuelto la visión a decenas de miles, privados de la vista. Miles de médicos cubanos realizan misiones en las más pobres y lejanas comarcas del planeta. Más de mil estudiantes de otros países de América (Argentina entre ellos), Asia y África, cursan en Cuba carreras que, como la de Medicina, no podrían costearse en sus países de origen.
Esto, mientras fuera de Cuba, en el reino de la necesidad, quedan por resolver deudas vitales como bajar la tasa de mortalidad infantil, el nivel de pobreza, acabar con la incorporación de los niños al trabajo como única vía para la subsistencia. Lograr una auténtica igualdad de oportunidades para acceder a una educación de calidad, y a los bienes de la cultura.
Entre tanto Cinco Héroes, luchadores antiterroristas, permanecen confinados en otras tantas cárceles de los EEUU. Ellos son: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González. Cuba, avanzada de un proyecto profundamente humano, ha sido desde hace años, blanco de descarados y sanguinarios ataques terroristas, planificados por la mafia anticubana con sede en Miami. Los Cinco Héroes, con una arriesgada labor de inteligencia, muy cuidadosa de no rozar intereses del pueblo y el gobierno de los EEUU, investigaron la mafia de Miami para evitar atentados, asaltos, sabotajes y muertes, como los ya sufridos por el pueblo cubano. Los Cinco son libres de toda culpa, y merecen recuperar su libertad, reunirse con los seres queridos.
Quiero recordar que no es difícil comprender por qué el tema del héroe y la hidalguía patriótica aparecen en más de una página de este libro. No se trata del homenaje estatuario, sino la expresión de un sentimiento encarnado en el pueblo cubano, y la reafirmación estética de su lucha contra la adversidad.
Sin embargo, el humor, que puede ser burla inocente, broma o mueca de niño, o convertirse en refinado sarcasmo o ironía, ese humor tan presente en el día a día del pueblo, protagoniza o se cuela zumbón en su literatura.
La cultura cubana es herencia de dos culturas: España en el idioma, África en el misterio y la leyenda. Los escritores cubanos tienen mucho de los cuenteros y vates del Siglo de Oro. Pienso en la obra de Dora Alonso y cómo, en la función de juego que da a lo lírico, funde la raigambre hispana con el imaginario yoruba. Pienso también en Mirta Aguirre y su rescate de estrofas antiguas del idioma castellano, a las que, con afán innovador, quiebra y revitaliza en sus moldes tradicionales. Y pienso en los griot: en los pueblos africanos, especie de juglares depositarios de la cultura oral que transmiten y recrean, y que tanto influyeron en la cubanización del folklore de raíz hispana.
Aquí surge, espontáneo, el nombre de Nicolás Guillén y su magistral uso onomatopéyico de léxico negro. Es apasionante el tránsito de la poesía negra a la poesía social en Guillén. Que los poemas reproducidos en esta antología sirvan de aliciente para ahondar en su vasta obra. En ella, la opresión del negro tiene un carácter más amplio, nacional, y de clase; no es un sector aislado de la población por sus características pintorescas, sino que es un estrato social oprimido, dentro de un cuadro de explotación mayor. Desde la narrativa, los fragmentos de la novela Perro Viejo de la joven escritora Teresa Cárdenas comparten la misma visión ideo–estética.
En la poesía cubana campea la identificación con el paisaje. Imposible eludir el mar y su monte de espumas. El mar, tan generoso y acogedor, tan furioso y ciego. Abundan también las metáforas sobre frutos, flores, árboles, insectos; es una necesidad poética recurrente desde el neoclásico, y que se integra a la cubanía junto con la hipérbole humorística, y con aquello que Excilia Saldaña llamó el crecimiento de la luz, la altura aérea. La cubanía florece en los espacios saturados, en una suerte de barroquismo presente en la mayoría de las manifestaciones artísticas del país, con el gusto por el arabesco, las volutas, pero siempre en tensión, siempre en interacción dinámica de figura–fondo, característica del Barroco de Indias.
Los cuentos de Saúl Feijóo, entre los que elegimos “El brujo de Chivo Macho”, son representativos de ciertas manifestaciones de la literatura cubana, donde la oralidad se cuela para avanzar sobre el texto y presentar, rampante, esa cubanía, con su paleta cálida, de colores intensos y brillantes. Para la mejor comprensión de los textos sembrados de voces lucumíes y cubanas, incorporamos a esa antología un Glosario. Sugerimos leerlo antes de emprender la lectura de estas páginas; es un juego divertido.
Si la literatura infantil cubana es expresión de la identidad cultural de su nación, tiene a la vez vocación de universalidad. Y si hay tratamiento poético de la flora y fauna de la isla, con énfasis en lo autóctono, en ella lo más importante es cómo se tratan los temas centrados en el ser humano. Es ésta una necesidad expresiva sentida por sus creadores.
Cubanía. Palabra que he usado, que he sentido y que, sin embargo, no sé definir. Tiene que ver con la identidad, tiene que ver con las raíces mestizas. Tiene que ver con la música, el arte, las letras, la Revolución, la alfabetización, con salud y trabajo para todos. Tiene que ver con el testimonio consecuente de un pueblo que resiste, heroico, desde hace casi medio siglo el bloqueo más inhumano que haya conocido la historia de la humanidad. Y que, sin embargo, sigue brindando lo mejor de sus logros a los pueblos de Nuestra América y del mundo.
José Martí, el cuarto héroe
Escribir sobre Martí es amarlo. Y vivir con la suya una vida intensa, apasionada y transparente como pocas. Porque José Julián Martí eligió para sí dos de los más nobles y trascedentes oficios: ser poeta y también libertador de pueblos. Nació el 28 de enero de 1853 en La Habana, en el seno de una familia muy modesta, muy honrada y numerosa, con su primogénito varón y cinco niñas. Tiempos en los que el león de España se había quedado “dormido con una garra sobre Cuba”, en tanto otros pueblos de América ya habían ganado la batalla por su primera Independencia. A los nueve años, José acompaña a su padre en un viaje de trabajo al interior de la isla;al sus ojos de niño registran para siempre el dolor de los negros esclavos, humillados, ofendidos y explotados en los ingenios azucareros. De inmediato, él hace suyo ese dolor, porque…
La esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo.
Cuando el padre de Martí queda sin empleo, es la madre quien, con sus labores de costura, gana algún dinero que sirve para paliar el hambre de la familia, pero que no alcanza para enviar a José a un colegio secundario. Al observar sus condiciones y sed de conocimientos, el profesor Rafael Mendive y su esposa Micaela dan al niño su protección y costean su bachillerato en un prestigioso instituto de La Habana. Es en la casa de su mentor, donde un muy joven José Martí conoce a los pensadores criollos más progresistas, y formarse como intelectual comprometido con su tierra y su tiempo. Descubre con asombro cómo se gestan las ideas:
Nacen a caballo, montadas en relámpagos, con alas. No nacen en una mente sola, sino por el intercambio de todas. (… ) Las ideas potentes se enciman, se precipitan, se cobijan, se empujan, se entrelazan.
En 1869, el patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes libera a sus esclavos y se alza contra el gobierno colonial en el grito de Yara. Estalla la Guerra de los Diez Años, primera rebelión armada en la isla. Hay una etapa, muy breve, donde se goza de libertad de prensa. Un Martí de dieciséis años, encendidos ojos negros y vigorosa pluma, se revela como periodista. Con su condiscípulo y amigo Fermín Valdés Domínguez edita la hoja El Diablo Cojuelo. Y publica en el semanario Patria Libre, donde es editorialista, una obra de teatro en verso: Abdala, ambientada en una lejana Nubia, donde se adivina como trasfondo a Cuba y sus heridas; el estilo muestra la influencia romántica de Lord Byron, el apóstol europeo de la libertad. Siguen en La Habana violentos choques y represión.
El profesor Mendive es detenido, y enviado al exilio. Allanan la casa de Fermín, y encuentran allí textos de Martí, quien ya ha dado a conocer un soneto escrito en homenaje al pronunciamiento de Céspedes. Detenido y enjuiciado, Martí recibe condena; pero antes, de acusado se convierte en acusador, y reivindica ante los jueces el derecho de Cuba a luchar contra la potencia opresora. Sufre un año de cárcel en las condiciones más duras; los grillos y las cadenas dejarán para siempre marcas en su cuerpo. El padre consigue que se permuten por la pena de exilio los cinco años que a su hijo le quedan de confinamiento. Martí es enviado a España. Publica en Madrid El Presidio Político en Cuba, ferviente denuncia de los horrores de la prisión. Pronto se le reúne su amigo Fermín Valdés, también desterrado. A los veinte años, José Martí se gradúa en Derecho Civil y Canónico, y en Filosofía y Letras. Viaja con Fermín a París, donde conoce a Víctor Hugo. Se embarca poco después rumbo a América. Cuando la nave en la que viaja hace escala en La Habana, las autoridades coloniales le impiden desembarcar.
Su retorno al suelo natal habrá estará siempre sembrado de dificultades, por lo que Martí habrá de viajar en forma incansable. En México, donde se ha instalado su familia, dicta conferencias, colabora con la Revista Universal, estrena con éxito una segunda obra teatral. Traba amistad con Manuel Mercado, político. Enamorado, se compromete con Carmen Zayas Bazán, de familia acomodada. El general Porfirio Díaz toma el poder en México. En un ambiente político hostil, y con sus amigos proscriptos, Martí viaja en secreto a La Habana, ciudad donde, a poco de estar, no puede sino ser reconocido. Amigos fieles intervienen en su favor para que no lo envíen de nuevo a la cárcel.
El barco en que viaja Martí hace escala en Veracruz, México, y de allí, a lomo de caballo, va el peregrino a Guatemala, donde se le abren todas las puertas. Trabaja, es respetado, lleva una intensa vida social. Dedica a María Cristina, hija de su amigo, el general Miguel García Granados el poema “La niña de Guatemala”. Vuelve Martí por poco tiempo a México para casarse, y retorna a Guatemala con su esposa. Otro golpe de Estado cambia el clima político, y Martí con Carmen Zayas parten a Honduras. Al tener noticia de que, a partir de firmarse la “paz del Zanjón”, hay amnistía para los exiliados cubanos, el matrimonio viaja a Cuba.
Martí podría vivir con cierta holgura de su obra docente, literaria y periodística, pero su proyecto es organizar la Segunda Independencia de su patria, que él espera sea definitiva. Con Juan Gualberto Gómez comienza a organizar un futuro movimiento emancipador. Nace José Francisco (Pepito), su primer hijo, al que luego llamaría con ternura Ismaelillo, en el bello libro que años más tarde iba a dedicarle, con ese título. Es éste un nombre bíblico, y significa “ser fuerte contra el destino”.
Martí asume como secretario de Literatura en el Liceo de Guanabacoa. Le ofrecen también el cargo de Alcalde Mayor, pero José Martí no puede colaborar con el régimen colonial que mantiene oprimida a Cuba. El rechazo provoca los reproches de Carmen, en quien prevalecen las apetencias de la clase alta a la que pertenece, por sobre los ideales que su esposo ha venido conformando desde la adolescencia. Comprobarlo será una amarga experiencia para Martí, que da pública profesión de fe revolucionaria en cada tribuna a la que sube. La más alta autoridad en la isla le retira la autorización para ejercer la docencia. Martí subsiste gracias a su otro empleo, en un estudio jurídico amigo, donde se desempeña como asistente, porque la autoridad colonial no ha querido revalidar su título de abogado.
Cuando en 1879 se encienden dos focos de insurrección, Martí y sus amigos alientan ambos alzamientos, y emprenden intensas campañas de propaganda y esclarecimiento. Martí es detenido y sometido a proceso. Se le ofrece quedar libre a cambio de declararse partidario de España. La respuesta del prisionero es la esperada: “Martí no es de la raza vendible”. Martí es deportado por segunda vez a España, donde estará bajo libertad vigilada. La lejanía de la patria se agudiza ante el silencio de Carmen; Martí espera en vano sus cartas. Hasta que recibe una, plagada de recriminaciones. Martí decide viajar a Francia, para embarcarse desde El Havre rumbo a Nueva York. Sabe que en esa ciudad funciona un Comité Revolucionario Cubano.
En la gran urbe consigue redactar crónicas de arte, escritas en fluido inglés, para el semanario The Hour. Lo llaman muy pronto del diario The Sun. Martí se aloja en la pensión modesta aunque digna, de un matrimonio latino; él, Manuel Mantilla, es cubano, y está algo enfermo, y su esposa Carmen Mirayes, venezolana, lo ayuda a sostener el albergue. Además de cumplir con su labor periodística, Martí se dedica de lleno a colaborar con una nueva gesta libertadora. No tardará en ser reconocido como cabeza visible del movimiento. Más que vivir, José Martí arde intensamente.
Recibe en Nueva York la visita de Carmen Zayas Bazán y Pepito, el muy amado Ismaelillo. La esposa comprueba que el compromiso revolucionario del marido, no sólo se mantiene intacto, sino que ha adquirido insospechada proyección. Y lo que Carmen quiere es seguridad material y social para sí y para el hijo. Los sentimientos de la pareja, no obstante el trato cordial y respetuoso del marido, más allá de la entrañable alegría que la proximidad de Pepito despierta en José, han cambiado. Carmen parte a Cuba, llevándose al pequeño. Martí decide viajar a Venezuela.
En tierra de su muy admirado Simón Bolívar, Martí pronuncia un fulgurante discurso sobre la situación cubana y el futuro de los pueblos americanos. Dicta un curso libre de oratoria, y sus jóvenes discípulos convierten a Martí en un ejemplo viviente. Obtiene cátedras de francés y de literatura, colabora en el periódico La Opinión Nacional, funda la Revista Venezolana, gana nuevos amigos; entre ellos, el anciano y lúcido intelectual Cecilio Acosta, opositor a Antonio Guzmán Blanco, dictador en funciones, y el muy reconocido poeta Augusto Pérez Bonalde, quien pide a Martí escriba el prólogo de su Poema del Niágara. La vida parece ofrecerle a Martí un remanso.
Hasta que, fallecido Acosta, la nota que le dedica Martí en la Revista Venezolana promueve en el dictador Guzmán Blanco, tan sensible a la adulación, el deseo de comprar a buen precio la pluma del autor para que escriba artículos en su alabanza. Se equivoca. Si Martí no es escritor de torre de marfil, tampoco oficiará de periodista besamanos en salones dorados a la hoja, y está mucho menos dispuesto a convertirse en el “poeta oficial” de un tirano. Resultado: obligan a Martí a dejar Venezuela, sin tiempo para despedirse de sus amigos. Con los bolsillos vacíos, la frente en alto y el equipaje liviano, Martí lleva en el bolso un tesoro: los originales del Ismaelillo.
Martí vuelve a los Estados Unidos. En Nueva York Martí hace traducciones de correspondencia comercial, y de artículos técnicos y científicos. En 1882 publica el Ismaelillo, poemario dedicado al hijo ausente, un texto que se constituye en precursor del Modernismo en las letras hispanoamericanas. Martí escribe también los últimos poemas que publica bajo el título de Versos libres, “endecasílabos hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor a la libertad, o de amor doloroso a la hermosura…”, como dirá de ellos años más tarde. Admite el autor en el prólogo:
Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal.
Comienza José Martí a colaborar con el diario argentino La Nación, en una corresponsalía que se prolongará por casi una década, y con la Revista Americana, donde pronto será jefe de redacción. Afianzado en lo económico, en un intento por recomponer su matrimonio con Carmen Zayas y tener próximo a Pepito, los trae con él. Claro que Martí se ha propuesto una doble la tarea: reunir a los dispersos luchadores cubanos que languidecen en el exilio, y organizar a los independentistas que en la isla siguen en una aparente latencia. Un día, al volver de su jornada, Martí encuentra el nido vacío: Carmen se ha marchado con el niño a Cuba, gracias a los pasajes gestionados en la embajada de España, ¡la potencia colonial contra la que conspiraba su marido! Pepito, el amado Ismaelillo, crecerá lejos de su padre, aunque no de su ejemplo. Luchará por la libertad en la Cuba del siglo XX, donde ha de morir en 1945.
En Nueva York, Martí se ha vinculado con otro cubano revolucionario: Flor Crombet. Juntos se cartean con Máximo Gómez y Antonio Maceo, máximos referentes militares de una eventual rebelión. Martí los recibe en Nueva York, los apoya y presenta a sus compañeros en el exilio. No coincide con algunos enfoques, en particular con los de Gómez, quien piensa que, una vez triunfante el movimiento en la isla, el poder civil debe quedar subordinado al poder militar. Tampoco encuentra Martí que funcione la articulación entre los grupos revolucionarios de la isla y de los exiliados en EEUU. Y entonces prefiere dar un paso al costado. Hay una intentona en Cuba, que fracasa, según el diagnóstico de Martí.
Entre tanto, José Martí se ha unido a Carmen Mirayes, en cuya pensión ha vivido él. Ha quedado ella viuda, y le ha dado una hija, María. Martí adopta como propios a los hijos que tuvo Carmen con Mantilla, Carmita y Manuel, y los trata tan amorosamente como a su María. Seguirán para Martí años de gran fecundidad y madurez en las ideas y la literatura. En 1891, publica en La Revista Ilustrada su breve ensayo Nuestra América, portador de un ideario y un programa de acción que habrán de florecer y dar frutos en Cuba varias décadas más tarde. Dice allí Martí:
Injértense en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas.
Cuando el autor habla de Nuestra América, pone en evidencia que hay una América otra, a la que la América nuestra no pertenece. Y para defender ante esa otra y el mundo nuestra identidad, es imprescindible, según el programa martiano, integrar nuestros pueblos en la Gran Patria Latinoamericana. Es el proyecto inconcluso de Simón Bolívar, el sueño esquivo de José de San Martín, la profecía anunciada por el cura Miguel Hidalgo en El Despertador Americano, y que quedó sin cumplir cuando sofocaron su rebelión a sangre y fuego. La misma empresa por la que tomaron las armas Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, Manuela Sáenz, Juana Azurduy.
Martí sostiene que la búsqueda y construcción de la identidad no puede separarse de la construcción política emancipadora. Y reivindica la formación del ser humano de esta parte del mundo que llama Nuestra América: el hombre y la mujer “originales”, los que han clavado sus raíces en este suelo, con su propia cultura y tradición, a las que se fueron incorporando las hispánicas y también las africanas, en una mezcla consciente y creadora. Nuestra América es la unidad en la diversidad. No es copia, no es imitación ni trasplante; tampoco eco o repetición. Está vinculada a las otras culturas del planeta, pero posee a la vez una riqueza y una especificidad que le son propias. Sin olvidar que…
Patria es humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer.
Éstas son palabras escritas años después, y pocos días antes de morir. Pero, ¿cómo fue que Martí llegó a escribir su ensayo Nuestra América?
Meses atrás, durante el invierno boreal de 1889–1890, el secretario de Estado de la Unión, James Blaine, había convocado a la Primera Conferencia de las Naciones Americanas. Le tocará a Martí participar como periodista acreditado. Evocará así ese momento, en el prólogo a sus Versos sencillos:
Mis amigos saben cómo salieron estos versos del corazón. Fue en aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos americanos.
Le toca a Martí ser testigo privilegiado de una hora histórica singular. Washington es la sede de la conferencia, y Martí no tarda en advertir que el foro armado para postular un declamado “panamericanismo” es en realidad un instrumento para legitimar el dominio imperial de los EEUU sobre la región, lo que incluye legitimar la presencia e intervención de sus fuerzas armadas cada vez que lo considerase conveniente para sus intereses. En ese largo invierno que amenaza congelar el futuro, se hace oír la primera voz que incendia el aire al denunciar el imperialismo. Es la voz de José Martí.
El 19 de diciembre de 1889, en honor de los delegados a la Conferencia, pronuncia en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, el discurso que titula “Madre América”. En un vibrante contrapunto de imágenes, el orador resume la historia de las dos Américas. Y anticipa la necesidad de la unión de los pueblos que él llama Nuestra América, la que se extiende desde el sur del Río Bravo hasta el Estrecho de Magallanes. Nuestra América habrá de levantarse sola un día, y como un solo pueblo. Es en este continente, tan vasto y rico en su diversidad, donde la tensión real, señala Martí, está en la batalla de ideas:
Trinchera de ideas valen más que trincheras de piedras.
José Martí vive y trabaja quince años en el coloso del Norte. Está en contacto con los hombres más destacados de su época. Respeta a quienes llama él “los hijos de Lincoln”, el presidente que abolió la esclavitud en los EEUU. Lee los trabajos del filósofo Ralph Waldo Emerson, y admira la obra del poeta Walt Whitman, decididos antiesclavistas; a la novelista Helen Hunt Jackson, defensora de las mujeres mexicanas oprimidas bajo las pautas culturales yanquis, y autora de la novela Ramona, que Martí traduce al castellano. Rinde homenaje en sus columnas a Lucy Parsons, esposa de uno de los Mártires de Chicago, mestiza de estadounidense e india mexicana, quien durante meses recorre estados de la Unión y organiza mítines donde reclama la liberación de su marido y compañeros. Martí se indigna ante la ejecución de los Mártires de la causa obrera.
Denuncia Martí el estricto control bajo el que viven los indios pieles rojas, en las abusivas e irrespetuosas “reservaciones”. Alerta sobre la discriminación que padecen los negros, a la que encuentra tan expoliadora y deshumanizante como la misma esclavitud. Martí llama a los responsables de tales violaciones a los Derechos Humanos “los hijos de Cutting”: los que decepcionaron a Walt Whitman al echar por tierra los ideales de verdad, libertad y justicia de Lincoln y otros fundadores de ese país, para enrolarse con el ideario del general Cutting, líder de las anexiones de territorio mexicano.
A mediados de 1889, ha publicado los cuatro números de La Edad de Oro, revista con la que funda una nueva literatura infantil, y donde pone la misma gracia luminosa presente en toda su obra. En sus páginas, dialoga con los niños de igual a igual sobre temas que ellos comprenden bien: qué es la verdad, qué es la justicia. En su artículo “Las ruinas mayas”, rescata los extraordinarios valores de las culturas precolombinas, descalificadas durante la conquista y colonización de América. Habla de las maravillas de la ciencia y la técnica; aprecia los logros del trabajo obrero, intelectual y artístico, e incluso pone en contacto a los pequeños lectores con un pueblo tan lejano, pero tan oprimido por el colonialismo, como es el “anamita”; es decir, el que hoy llamamos vietnamita. En la primera página del primer número, rinde homenaje a Bolívar, San Martín e Hidalgo. Su título: “Tres Héroes”. Martí toma de la Historia los elementos más afines a su pensamiento, reconoce en esos tres hombres las más altas virtudes cívicas, y las presenta de tal modo que su prosa se hace fiel expresión de la pasión de lucha y de los sinsabores vividos por ellos al mantenerse fieles a su ideal independista.
Al menos desde 1895, año de la muerte de Martí, hasta 1932, varias generaciones de niños cubanos crecieron y se educaron sin conocer La Edad de Oro, porque el volumen que reunía las ediciones de esta revista había quedado confinado en algunas bibliotecas particulares, sin llegar a las manos de todos los chicos. Próximos a cumplirse los 80 años del nacimiento del gran héroe y notable poeta, el dictador Gerardo Machado, antecesor de otro tirano, Fulgencio Batista, necesita algún evento de tipo cultural para poner una flor en la solapa de su dictadora. Acepta la iniciativa del estudioso Emilio Roig de Lauchsenring, acerca de publicar en libro aparte La Edad de Oro. Si algo conoce Machado de Martí, será “Cultivo una rosa blanca”, y ya. No imagina el dictador que la generación de niños que por entonces comienza la escuela sabrá dar una lectura inteligente de las páginas de La Edad de Oro, que el gobierno dictatorial ordena publicar en forma masiva. Uno de esos niños es Fidel Castro Ruz quien, ya adulto, basará en el ideario martiano su autodefensa en el juicio por la toma del cuartel Moncada en 1953, año del centenario de Martí. A menudo cita al autor:
Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que lo maltratan, no es un hombre honrado.
En enero de 1891, Martí está en Cayo Hueso, Florida, donde viven muchos compatriotas emigrados. Allí redacta el documento fundacional del Partido Revolucionario Cubano, y funda el periódico Patria, cuyas páginas no quedan ceñidas a la propaganda partidaria y rebelde, sino que a menudo ceden espacio a la divulgación histórica, cultural y literaria cubana.
Ser cultos es el único modo de ser libres.
Así de concisa y medular es la identificación que ve Martí entre cultura y educación, y un porvenir de libertad. La defensa del patrimonio y la diversidad de las culturas, la erradicación de la pobreza, la educación para todos, el libre acceso a lo mejor de la cultura universal y un mundo en equilibrio ecológico –ideas de avanzada para su tiempo – son en el pensamiento de Martí la condición indispensable para ejercer la libertad.
Ese mismo año, 1891, el embajador de España en Washington objeta la militancia antimperialista de Martí, a la sazón representante consular de la República Argentina. Por cable, Martí renuncia de inmediato a ese cargo. Y, para sentirse libre en su actividad revolucionaria, renuncia también a las representaciones de Uruguay y Paraguay. Conserva su puesto como profesor de castellano en la Escuela Central Superior de Nueva York. Su salud es precaria. “Los pulmones se me quejan y el corazón salta más de lo que debe”, confiesa a un amigo. Martí está tuberculoso, y no ceja en su actividad. Cuesta creer que sea también 1891 el año de publicación de sus Versos sencillos. Concluyó su escritura en la residencia de campo del anciano patriota cubano Tomás Estrada Palma, refugio donde recaló Martí toda vez que su salud se resentía al máximo. Opina el poeta cubano Roberto Fernández Retamar, director de la Casa de las Américas, que en los Versos sencillos, al igual que en sus discursos…
…Martí, a la vez que asimila herencias clásicas y barrocas e incorpora lo más audaz del arte de su época, también entronca en sus versos con la literatura oral del hombre americano libre y sencillo, fundador como Ismael, de un pueblo nuevo.
En un trabajo organizativo arduo y febril, José Martí visita a Máximo Gómez en Santo Domingo, y oficializa la jefatura militar de éste. No es momento de ahondar diferencias, sino de suturar heridas; la emancipación de Cuba debe ser única prioridad. Busca sin resultado en Jamaica a Antonio Maceo, el valiente general mambí. Hay un par de alzamientos en la isla, no autorizados por Martí, que fracasan también. Martí galvaniza grupos y los reúne en uno solo, levanta el espíritu de combate, neutraliza aspiraciones anexionistas de algunos “patriotas” vacilantes, realiza incansables viajes de esclarecimiento entre tabacaleros cubanos expatriados en Florida, que donan el salario de una jornada a la semana para adquirir armamento y pertrechos. Visita en México a su viejo amigo Manuel Mercado, y obtiene de él una generosa ayuda para la lucha. Con Martí colabora Fermín, su viejo amigo y condiscípulo de los tiempos de Mendive y del primer destierro. Alista Martí voluntarios para una expedición secreta a Cuba, entre los que habrá gente experimentada y “pinos nuevos”, gente joven. Para entonces, ya se ha reincorporado Maceo al grupo conspirador.
El 25 de marzo de 1895 los máximos referentes del movimiento firman en Montecristi, Santo Domingo, el Manifiesto redactado por Martí. Los compañeros insisten en que Martí viaje a Nueva York, pero el poeta, el político organizador, es sobre todo un revolucionario, y tomará parte en la expedición. Ordena sus papeles, nombra a Gonzalo de Quesada su albacea literario. Escribe una carta a Pepito. Antes ha enviado otra a su pequeña María. Martí prepara su mochila: mapa, brújula, provisiones, algunos libros; en bandolera, el fusil. Y unas ganas enormes de pisar suelo cubano.
La expedición sufre distintos avatares. Martí no se arredra. El 19 de mayo avanza una tropa de 600 españoles; la columna de Gómez, donde está Martí, suma 340. Martí cae en una emboscada.
Con su vida y obra por Cuba, sirve a la Gran Patria Latinoamericana. Y, en ella, a la humanidad toda. Se cumplirá el vaticinio del político, del que el poeta no podía quedar separado ni dividido:
….yo abriré un cauce amoroso, y los que vengan detrás de mí tendrán que entrar por el cauce.
Figura consular del Modernismo Hispanoamericano, el poeta nicaragüense Rubén Darío, que conoció en persona a Martí y le rindió tributo como a su padre en ese movimiento, dijo en las honras fúnebres:
Quien murió allá en Cuba era de lo mejor; de lo poco que tenemos nosotros los pobres; era millonario y dadivoso: vaciaba su riqueza a cada instante, y como por la magia del cuento, siempre quedaba rico. (…) Antes que nadie, Martí hizo admirar el secreto de las fuentes luminosas. Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías…
Ana María Ramb
Ana María Ramb. (Córdoba, Argentina, 1936). Escritora, periodista y docente. Graduada en Edición (UBA). Jurado y relatora en varios congresos internacionales: Praga (República Checa), Bratislava (Eslovaquia), La Habana (Cuba), Villa de Leiva (Colombia) y Gröningen (Holanda). Distinciones obtenidas: Premio Casa de las Américas por Renancó y los últimos huemules (1975), novela juvenil escrita con José Murillo, traducida a tres idiomas. 2° Premio del Concurso Latinoamericano organizado por CERLALC (Unesco) y el Ministerio de Educación de Colombia por El caracol mágico de Celina (1979). Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores por Un zapato con ceniza y lluvia (1981). Finalista en el Concurso de Cuentos organizado por la revista Plural (México D.F., 1984 y 1990). Mención de Honor en el II Concurso Latinoamericano José Martí (San José de Costa Rica, 1999). Finalista en el Concurso de Cuentos Les Filanderes (Oviedo, España, 2006). Publicó otras antologías para Ediciones Desde la Gente: Cuentos para compartir y Volar en barrilete (literatura para niños). Y la serie Pasión y coraje: Mujeres que hicieron historia (adquirido por la Biblioteca de Estudios de Género, Universidad de Yale, EEUU); Pioneras del futuro (adquirido por la Biblioteca de la Universidad de Berkeley, EE.UU.); Mujeres de la América profunda; Tres mujeres en los fuegos; Mujeres en lucha; Mujeres en la tempestad. Fue redactora de la revista Claudia, donde se especializó en estudios culturales y de género; columnista de Vivir bajo la dirección de Alicia Entel, y directora ad honórem de Aquí Nosotras, revista de la Unión de Mujeres de la Argentina. En Cuba, Gente Nueva publicó su Pandurito (1989, libro adquirido por la Biblioteca Popular de Cataluña).
Ana María Ramb
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