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Ernesto Goldar - Instinto de conversación (2003)
2010-02-21 | El Descubrimiento
Instinto de conversación
Ernesto Goldar
Buenos Aires, Último Reino, 2003.
Poemas de. INSTINTO DE CONVERSACIÓN
LA CÁRCEL
Junto a la iglesia de San Pedro Telmo.,
lateral y ocultando ventanas cementadas,
sin título en los portones ni marcas que el enrejado
enuncie,
está paralela a lo largo de la cuadra la cárcel de mujeres.
Aseguran que es correccional
pero como todos no deben saber si se trata de delitos
mayores o menores,
si en ocasiones alberga prostitutas, prisioneras políticas,
domésticas que hurtaron un collar, una pulsera,
o una muchacha que por las noches tomaba an-
fetaminas para darle al amor un saber más sofo-
cado,
sin importarle quiénes o àlguienes, señoritas o señoras,
detienen la memoria en pabellones de camas en hilera,
tumbas numeradas, compañeras de otros tiempos que ve-
laron las puertas,
las cuidadosas medidas de seguridad que centinelas ver-
de oliva como un aceite agrio refugian detrás de
las garitas para que todo esté reglamentariamen-
te preparado, a prohibir que el amor, la hermana,
la agitadora, la sirvienta, atraviesen los portones
y el muro de ladrillos
la cárcel, digo, la cárcel de mujeres sólo descarga la voz
de su presencia cuando un altoparlante cada tres
horas llama al aseo, al orden, al recreo, al horario
de visitas, los paquetes con fruta, los folios de
abogados,
particularmente los domingos,
sobre el costado oeste de Balcarce donde nunca dio el sol.
PARQUE LEZAMA II
En la tarde
la plaza y los caminos
son plenamente tuyos.
También la inquietud de los árboles y el niño solitario en
las hamacas,
te corresponden libros con irreproducibles ilustraciones
de historias medievales,
se te asignan nombres de miles de poetas olvidados en
los anaqueles.
es de vos el gesto de los caballeros en las novelas
ejemplares,
a tu disposición se gastan los bluyines, gesticulan las
bocinas y podés servirte del clamor congelado en
los salones invencibles del frío y el susto.
Soy también para vos yo donante de palabras, mercader
de impostaciones importadas,
jesuita de la mala costumbre en regalarte fallidas
posibilidades de mi ocasión y tiempo,
el tiempo que se detiene ligero, ligerito,
recibiéndote como un antiguo subordinado
OFRENDA
La capilla se llama San Juan Nepomuceno.
Se la descubre pintada de verde entre las diagonales
y es la más pequeña de todas las capillas,
decorada y distinta como una modesta torta de novios.
Cuando hay sol es una cajita de música,
cuando hay noche es un juguete esperando el alba,
y cuando la sombra de su interior nos pierde por los
paisajes de íconos reverenciales.
es una fantasía lo que forma un rayito de luz sobre los
bancos atentos como pupitres.
¿Cómo es esa iglesia?, me preguntaste un día.
Juré por Dios mostrártela y hablarte largamente sobre los
prodigios que esconde,
como es tan pequeñita levantarla y ponerla sobre tus
manos,
para que la recibas como un presente de cielo y de luz.
RELEVO DE PRUEBA
Venimos de lejos, compañera, y siempre andamos cerca.
Hemos quedado repasando el techo de esta cocina clase
media,
alterada por el almuerzo de los domingos, cuando
rompemos la monotonía con algún fiambre
alemán, una lata de duraznos, helado del
congelador en el verano.
Venimos de lejos esquivando errores,
percibiendo el calor de las inhibiciones,
las reservas mentales,
la pila de palabras que irrevocablemente deben
transferirnos el relato de las trivialidades.
Son muchos los días, compañera, estirados sobre el
permiso de los años,
infinitos también los temas de conversación,
renovadas las motivaciones, los proyectos (tan pálidos los
míos)
que justifiquen levantar este horizonte de tiempo
sistemáticamente duplicado
por la forma de tu voz que tiembla
y el invento que sigo en la mañana para decirte un
invariable apelativo confortante.
No vamos a caer en los recuerdos porque a esta altura
está todo confundido,
menos en las preguntas indiciarias sobre si las cosas
volverían a darse,
aún en la interrogación precisa acerca de cuánto nos
queda todavía.
No hacer memoria entonces,
pensar en los días que se trasmiten como sensaciones,
en el tiempo que aguarda para darnos oportunidades,
conforme a la débil seguridad que otorgan las
palabras usadas siempre como privilegiada
comunicación de dioses.
No sé, compañera, si es amistad lo que se llama amor en
estos casos,
pero sí así fuese, amiga mía, nos faltan innumerables
paseos matinales,
ejercicios de idioma, libros a descubrir, una ventana
incierta que da al río,
alguna callecita para treparla lentamente de la mano
como escolares procelosos.
AHORA
Sucede que gusta oír silbar a la gente.
El Silbido es personal, anónimo,
viene como un mensajero atravesando las celosías y las
puertas.
Se supone que el hombre que silba está contento,
hace un trabajo agradablemente monótono,
piensa algo ocurrente para contarle a la mujer,
siente aproximarse la hora del vino y la comida.
Los hombres soplan con delicadeza la alegría
cuando echan aire caliente al hueco de la mano
o aire frío a la sopa,
cerrando así los ojos,
creadores de esa melodía trivial que se les metió
entre los labios estirándolos para el beso
que dura el tiempo exacto de la melodía.
Silbadores de todos los países,
no paren de silbar,
únanse por lo menos
en los compases cortitos de una canción.
BERTA BOVARY
La otra noche, en una clase de literatura,
hablé sobre el destino de los personajes.
La clase es de dos horas, pero vinieron bien
la ocasión y las presencias para comentar
el caso de Emma Bovary, una mujer muy poco
afortunada, es cierto, aunque se sabe
que tuvo marido y dos amantes de nombres
Homais y Rodolfo, al cual más crápula.
La heroína pasó las de Caín, y remitimos
al lector a las alternativas de su muerte.
Aunque peor nos parece el desenlace de Berta,
la hija del matrimonio desdichado, abandonada
al morir los padres a la caridad pública,
que es como decir abandonada.
Emma sufrió, fue feliz y eternamente
insatisfecha.
Pero, ¿cuál fue el destino de la niña Berta?
¿Habrá el autor pensado en resarcirle
con un capítulo, o más no sea un episodio,
para que alguna vez la chica sepa qué es
un teatro de provincia, la música,
una fiesta campestre en el siglo diecinueve?
De no ser así,
Flaubert tiene una deuda.
PARA MEJOR INFORMACIÓN
Dígame, Manzi,
usted que está en el cielo:
¿Es cierto que Malena no existió?
La pregunto porque no creo en las ficciones,
en las ficciones intangibles se entiende,
en la literatura de imaginación.
Boedo era su parroquia de politiquero sentimental,
Pompeya el barrio de las novias olvidadas,
Discépolo su amigo,
el novecientos la historia despareja de los
arquetipos, el carrerito y el cochero sus vecinos,
y para qué hablar de las chicas que provocaron
Ninguna, Fuimos y Después.
Se lo digo de puro convencido.
No puedo recordar algo que jamás haya pasado,
ni me duele un dolor que no lastima.
EL NOMBRE POR HACER
Sucede tan seguido que debiera interrogarme
sobre la paciencia de escribir,
esta costumbre de llenar hojas de block
y borradores.
Una necesidad moral, dicen los críticos,
la naturaleza del arte, los poetas,
la búsqueda de la verdad, los eticistas;
lo bello cualquiera sean sus formas, hasta
la irreverencia, la locura, mentada también
por los que aspiran a estimularse posando
de distintos.
Juzgada bien la cosa el esfuerzo no es grande
y no hay porqué darle más importancia
de la que merece;
después de todo, una hora de precisa ambigüedad
nos salva el día y vamos contentos a casita
a mostrarle a la amada legal o a esa muchacha
con estampa de mujer recién constituida
cuánto somos capaces de proezas.
Así es nuestra metafísica elegida
siempre temerosa de no poder dar en la tecla,
pero con la conciencia sardónica de saber
que al fin de cuentas, el poema sale solito.
LAS COSAS POR SU NOMBRE
Si es necesario aclarar qué sección
prefiero de tu cuerpo,
me quedo con tus manos.
Si es urgente indicar qué me llevaría de tus manos
en el caso cierto de partir de viaje,
yo pediría la quietud con que tiemblan
cuando a veces –como de común sucede-
no nos ponemos de acuerdo o discutimos.
Y si es posible trasladar un instante
para aprisionarlo en el recuerdo,
elijo ese momento de la pasión con ellas,
cuando tus manos se arman para ejecutar ese juego
de guerra que las mueve y conforma.
PRONÓSTICO DEL TIEMPO
Ciudad
de nuevo
tratando de reconciliarte.
Quiero aclarar que no pretendo una rendición
de cuentas con tus calles ni con los pobres
hombres que caminan.
Mal podría a esta altura dedicarme a hacer
sumas y restas, a justificar los malentendidos
que cometí viviéndote, las infracciones
que estos años me permitieron testificar
para sentirme vivo.
Ciudad
como siempre
tratando de ponerme en guardia.
Cualquiera que me oiga pensará
que es una infatuación de adolescente,
pero se equivoca,
porque uno ya sabe a ciencia cierta
que después de cumplir los treinta años
se paga alto el precio de las cosas.
No digo un ajuste de cuentas, sino una retribución
proporcional que alivie los días de tristeza
que me dieron tus calles, y un resarcimiento
en igual medida por tus habitantes que dejaron
de amarme, y una ofrenda moral, al menos,
a los que me quisieron sin darse cuenta
del daño que me hacían.
(Porque recuerdo –los amo y los recuerdo-
como ellos jamás podrían imaginarse).
Esta ciudad me dio los tiempos vecinales
y el espacio seguro
de unos pocos años donde se puede creer;
y ahora esta pasión que se me escapa de las manos,
pues ya empiezo a contener los días que se van
como los pasos que roban tus calles, la espera
en las esquinas, y esos ojos de los amigos
que han muerto de muerte y otros de soledad
o de memoria, y ese amor que inaugura las semanas,
y se desplaza contra el cristal de tus vidrieras
y huye de viento por las diagonales
como una cabellera que oscila y no puedo
alcanzarlo porque tus veredas son anchas
y los rostros amados que me prometían
se pierden, se pierden.
Hay bares –ciudad- que me ocasionan encuentros
conversados sobre un proyecto de todos
para vivir decentemente,
hay mesas de tus bares donde los ademanes
de un poeta hablan a gritos por encima de mi risa,
esta risa mía destemplada para que no se oiga,
para que no se piense en los inexpugnables veredictos
que destruyen los minutos
de unas manos felices con las mías;
aunque también pienso, ciudad, que todavía
se quedan árboles donde apoyarme con alguna
muchacha, librerías donde siempre tropiezo
con tipos conocidos y aprovecho para mentirles
-con todo lo bien que eso me hace-
respecto del presente y del futuro,
Sobre el libro que estoy preparando
o espera publicarse.
Claro que como muchos pequeños burgueses
yo también poseo un departamento decorado,
una hermosa mujer que me espera y una novia,
y las dos me acompañan en esta ocurrencia
de vivir que también hicieron suya y también tuya,
ciudad de nacimiento, cosmopolita, provincial y
unica, que has visto pasar multiplicados mis furores
y terrores con la mirada comprensiva de una amiga
gris, paciente y consolada, que has sabido
reconciliar esta presencia mía sin haberla
discriminado nunca, sin prejuicios para soportar
la carga de este cuerpo que fatalmente,
quizás dentro de poco,
será un fantasma que te ronde.
-.-
COMENTARIOS.
“Quizás algún lector o lectora se sorprenda de encontrar un libro de poemas de Ernesto Goldar. Autor de una amplia obra ensayística, es en ese terreno donde se lo ubica. Sin embargo, la poesía ocupa un lugar central en las preocupaciones estéticas que conmueven a este porteño arquetípico. Los dos libros que forman este Instinto de conversación fueron publicados entre 1977 y 1980, y llevaban textos en contratapa de Joaquín Giannuzzi y de Alberto Vanasco, respectivamente.
Es cierto que una de las virtudes de la poesía es “soportar” el paso del tiempo. En ese sentido, estos poemas parecen escritos ayer nomás. La frescura y la naturalidad con la que Goldar desarrolla sus ideas poéticas, sus imágenes cotidianas que trascienden el día a día, sus historias que nos hablan de sí mismas pero que a la vez nos hablan de otra cosa, que nos dejan flotando en el antiguo y fecundo limbo de las historias que se filtran en nuestra propia historia. Éstas son algunas de las riquezas que nos depara su lectura. Y casi todo eso sucede en nuestra Buenos Aires, no en una ciudad mitificada, sino en la que amamos de tanto haberla caminado y vivido. Y en la que hemos amado, como aman los personajes que hacen de su conversación un instinto de supervivencia.”
Víctor Redondo.
DATOS DE ERNESTO GOLDAR
Ernesto Goldar: nació el 5 de mayo de 1940 en Buenos Aires, y falleció en esta ciudad el 18 de julio de 2011. Poeta y ensayista, ejerció el periodismo y la docencia universitaria, además de coordinar talleres literarios de novela y ensayo. Fue asesor cinematográfico, candidato a senador, jurado por el Fondo Nacional de las Artes, el Congreso de la Nación y el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Participó en diversas antologías de índole literario, sobre historia y sociología. Dictó conferencias en universidades nacionales e instituciones culturales públicas y privadas, y es citado por numerosos autores argentinos y extranjeros. Publico más de veinte libros, con varias reediciones, entre ellos se destacan: “El peronismo en la literatura argentina”; “La mala vida”; “Jauretche”; “Proceso a Roberto Arlt”; “Buenos Aires: vida cotidiana en la década del ‘50”; “Los argentinos y la guerra civil española”; “La clase media en el ‘83”. Publicó los poemarios “Feria en San Telmo”, “Instinto de Conversación” y “En voz desmayada y baja”.
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