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Eduardo D'Anna - 2491 (2010)
2011-03-27 | El Descubrimiento
2491
Eduardo D'Anna
Recovecos, Córdoba, 2010
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“Este nuevo poemario lo muestra francamente enrolado en el cotidianismo, la línea de sustentamiento habitual de su lírica.” (Contratapa)
Poemas de: 2491
LA PUERTA DE CALLE
Grande, vieja, oxidada,
la puerta de la calle
espera siempre, incluso,
a los que no vendrán
ya; y a los otros
les deja el paso, abúlica;
que las cosas
son buenas si Dios quiere;
y si no, lo que sea.
Ya pasaron los tiempos
en que, según sonara
al cerrarse en lo alto
de la noche, sabías
medir la cantidad
de vino que traía
en la pobre maleta
de piel y huesos.
Las crisis la aventura
convirtieron en puros
manotazos de ahogado.
Puerta, puerta.
Que al cruzarte camine
yo, todavía, hacia el poema.
EL DESCANSO DE LA ESCALERA (I)
Ningún descanso: allá
se ve el límite, tan importante
para algunos, y de este lado
los vislumbres que se
podían tener, ¿de chico,
no? porque era
necesario saber qué se podía
o no hacer (tocar, correr,
gritar. O nada). Y se sentía
que así iba a ser la vida.
EL GATO JUAN
El gato Juan vivía
sin preocuparse.
No es que los gatos sean así:
él era así.
Vivía sin preocuparse.
Ustedes van a pensar
que yo voy a hablarles
ahora de su pasión
por los techos, su
actividad sexual,
su vitalidad, de la
que haré, dirán,
un adecuado símbolo.
No.
Lo único que yo quiero
decir, es que vivía
sin preocuparse. Sabía
-instintivamente, tampoco
la pavada- que querían
matarlo: ya unos
perdigones le habían
pelado parte
de su negra cola,
y se la curamos.
Pero; o sea, que sabía
eso, y sin embargo
igual se iba a los techos.
Y por ende, lo mismo
volvía, como un cachafaz,
a dormir todo el día
en la cama de las chicas
(en la nuestra,
no lo dejábamos).
Iba y volvía, pero
en peligro.
JARDÍN
Dulcemente, no existe.
No existir, desde luego, lo hace
más hermoso: llama la
atención, por ejemplo, cómo cambia,
cómo posee primaveras propias
o tórridos veranos, por su cuenta.
Cómo sus rosas se marchitan
por las malas noticias. O reviven
los días de cumpleaños. Hay, a veces,
arboledas larguísimas: un parque
parece más que nada; y otros días
tiene las dimensiones de un cantero
donde a cada malvón se lo conoce
por su nombre. Jardín
de nuestras torvas maquinaciones,
del que no hay que espantar
ni ratones ni pájaros ni perros;
del que no erradicamos jamás
ninguna mala hierba.
ECHESORTU
Hacia el oeste
queda Echesortu:
las hojas filtran la luz
como en un bosque;
las casas, a la vera
de los túneles arbóreos
son puertas a la magia
de las muchachas
que viven en sus piezas
latiendo con ellas.
Todo es cuestión de mirar
y adivinar.
Adivinar por dónde,
ojos, oídos, piel,
entrará el barrio
al alma.
CORDERO A LA GRIEGA
“El trozo que se utiliza
es la pata, que se hace
cortar, por supuesto, en
la carnicería. Se pasa
por harina (para que
no se pierda el jugo),
y después se sella
con aceite de oliva.
Se sacan los pedazos,
y se van terminando
de freír. Volvés
a poner, después, todo
en la olla, y le ponés
tomate al natural,
unas cuántas cabezas
de ajo, un chorro
de vino tinto y un
generoso puñado
de aceitunas negras.
Y se revuelve
bien. Se lo termina
de condimentar, y se lo
deja cocinar una hora.
Así que sáquenlo
ustedes, que yo me voy
a atender los pacientes;
que cocinar no es
lo único que sé hacer,
ni lo único
que me tocó en la vida.”
REGRESO DE VACACIONES
En unos pocos días, nada más,
todo se ha derrumbado:
cucarachas muertas a causa
de previsores insecticidas,
plantas exangües. Olor
a cadáveres lapidados.
Los héroes de novela
protestan su abandono
desde los anaqueles.
El gato Juan, reintegrado,
pasa en una neblina
de desprecio.
LA MÚSICA
Llena la casa, la infla:
nos damos cuenta
que es una casa chica
cuando entramos y nos
aturde, cuando coléricos
gritamos “¡bajen esa
música!”, como si
ella nos cortajeara
el hígado. Y la hija
baja el volumen de la
música, corriendo
a la fuente del frenesí,
mientras dice: “ufa,
papá, no está tan
fuerte”. Ella quiere
que la casa eche
a volar. A volar en alas
de esa música, pero qué.
No se puede.
No se puede, hija.
LOS DE ABAJO
Para colmo, hay un bar abajo.
La casa flota sobre el bar
igual que una canoa en la ribera.
Cuando acá arriba se cae una idea
va para abajo, cae en una mesa
rodando entre pocillos, jarras de chopp,
y nunca falta alguno que la esgrime,
que la vuelve banal; oh, pobre idea,
con nosotros vivió bien tranquila,
no se le pidió nada. Ni lavar
ni siquiera los platos. Y ahora, fíjense,
lo tiene que apoyar al gordo ése
en sus posturas sobre León Ferrari.
LA PIEZA DEL HIJO
Encerrada en el centro
de la edificación, la ventana
daba a un tanque de agua.
Pero eso no importaba: los recortes,
los volantes, los afiches, llegaban
de su mano, y él los pegaba a una plancha
de telgopor, ad hoc. Lautaro,
mi hijo varón, con esas cosas
traía al mundo; lo hacía
entrar en nuestra casa.
A tomar la leche, o algunos mates,
o como refugio, tal vez. Lo traía,
y el gato Juan lo husmeaba
y después se alejaba desdeñoso,
lo que era lógico porque el chico nunca
lo consultó sobre el tema.
Y Lautaro jugaba con el mundo:
le sugería cambiar. Y de buen grado,
él, en la pieza, se dejó convencer;
se embanderó, se volvió inteligible,
mejorable: confiable. Buen compañero.
Y después, claro, lo invitó a su casa.
Y Lautaro se fue
a la casa del mundo,
quizá a tomar la leche
o unos mates. O como
refugio, no sé; llevándose
esas cosas con las que estaban:
sus banderas, sus mástiles.
LA BIBLIOTECA
¿Cómo, “la biblioteca”, si hay
libros por todas partes? Y, sí,
hay libros por todas partes:
en el cielo, por ejemplo, y en
las alas de los pájaros en el
cielo, y en las caras de los que
miran el cielo, y así
sucesivamente; hay libros,
y algunos cobran la forma ésa,
de libros (con tapas, páginas,
esas cosas), y los guardamos,
a veces, en estantes, en anaqueles,
que si están todos relativamente
juntos, quizás llamemos
biblioteca. Y ahí,
en una de ésas escribimos,
o hablamos con alguien.
EL AUTO
Vive exilado de nosotros
porque no tenemos garage,
y se enloquece como un perro
cuando vamos a sacarlo.
Muchas veces, es todo rutina
(¿O pasiones secretas?). Lo mejor,
para él, son los grandes viajes:
el lago Posadas, entre enormes
vientos. Abdón Castro Tolay,
límpido. Chiloé. En fin,
el universo. Él elige,
nosotros nos subimos.
EL AMOR
Aquí nace el amor y renace
tras morir. Y se muere
tras existir el tiempo
que le es dado. Aquí vuelve,
como un ánima en pena,
y da vueltas y vueltas
por los lugares donde
supo ser. Y cuando es,
se queda quieto así,
como una mosca
frotándose las patas
satisfecho, para echar
a volar cuando queremos
apresarlo y se posa
en los cuerpos, en medio
del perceptible trabajo
de la pasión. Después,
como si alguien
abriera una ventana,
ya no está, aunque parece
andar volando,
dar vueltas todavía.
LA MUERTE
Ojalá muera aquí, en esta pieza,
en esta cama, en esta posición:
mirando el árbol que yo siempre miro
la tardecita del domingo;
que no me saquen vivo,
que no vaya a parar a un sanatorio
y me llenen de caños y de jarras
colgándome sobre la cabeza.
Y accidente tampoco. No dan tiempo
para romper papeles comprometedores.
En contraprestación, yo, con la muerte
pelearé desganado. Como en un partido
de fútbol arreglado. Sin honor,
abatido. Como corresponde.
Sólo eso pido. Si en casa no hay nadie,
por ahi mejor. Total, puedo esperar
que vengan. Puedo esperar
tranquilo, por un montón de tiempo.
Si no quieren que vuelva por la noche,
que ellos se ocupen de los ritos fúnebres:
a mí no me disgustaría
-ellos lo saben bien- volver, meterme,
y opinar sobre alguna cosita.
Que me saquen, entonces, con todo
resuelto. Que me bajen por la escalera
en andas de enfermeros que no leen
jamás una poesía, bien patético,
y que atraviese horizontal, destronado
el límite del reino de los otros.
Con los pies adelante. Juntos. En oración
pedestre, justamente. En oración
de alabanza a la gloria de la vida.
DATOS DE EDUARDO D'ANNA
Eduardo D’Anna nació en Rosario en 1948. Poeta, ensayista, novelista y dramaturgo. Algunos de sus libros son: “Carne de la flaca” (1978), “La máquina del tiempo” (1992), “La montañita” (1996), “Obra siguiente” (1999), “Zoológicos” (2005).
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